La Caja de Pandora
He decidido dejar en el papel esa pesadilla que sólo me abandonó en el alba y desde entonces logró quitarme el sueño.
Este es mi último de tantos intentos para deshacerme de ella, creo que escribiéndola la atraparé para siempre en el lenguaje.
Esa noche logré conciliar el sueño con dificultad. Mi cuerpo se resistía a dormir, tal vez previendo sus nefastas consecuencias.
Aún tengo en mi mente cada una de las imágenes que viví. Me encontraba en mi cuarto a no se que hora de la mañana cuando todo comenzó. Un ruido en el piso inferior hizo que bajara las escaleras. Ahora recuerdo que la arquitectura estaba invertida, las habitaciones se habían intercambiado, el baño a la derecha quedaba a la izquierda, lo contrario le había ocurrido a la puerta de salida a donde me dirigí. Esperaba toparme con alguien tras ella, pero sólo un paquete de correo yacía en el piso. Me extrañó no encontrar nada inscrito en él.
Una vez en mi habitación lo abrí, tratando de encontrar algún indicio de su procedencia. Una caja negra del tamaño de mi mano se encontraba en su interior. En su parte superior una luz se prendía y apagaba incansablemente. A su lado había un botón que al girarlo aumentaba y disminuía la velocidad con que ella titilaba. Examiné la caja por todos sus lados: estaba completamente sellada.
Durante horas la contemplé hipnotizado por su destello, variando la velocidad a mi voluntad, esperando que algo ocurriera. Nada pasó.
Abrí nuevamente el paquete, escondida en el fondo encontré una nota anónima que difícilmente pude leer debido a su tortuosa caligrafía. “Su propósito es sufrir eternamente. El único signo de su sufrimiento es la luz. Ella es la víctima y tú eres su verdugo”
Me pregunté qué mente infernal pudo concebir aquel objeto, ahora comprendo que fue la mía. No tuve, ni tengo, razones para pensar que su función hubiera sido otra. ¿Cómo comprobar que no sufría?
La miré con tristeza, aterrado y en un impulso de piedad disminuí su velocidad, luego comprendí que era inútil. No se que es peor, una gota de agua cayendo infinitamente o un manantial de dolor.
En vano traté de destruirla para callar por siempre su agonía pero su luz continuaba sufriendo implacablemente, ella era el único ser en el universo que no tenía derecho al descanso que trae la muerte. Pensé en deshacerme de ella pero ¿Cómo darle la espalda conociendo su naturaleza? ¿Cómo dejar un gorrión herido? ¿Cómo abandonar a un amigo en el velorio de su madre?
La tomé entre mis manos temblorosas y entonces mi mente cambió, estaba poseído, ya no quedaba en mí ni la más mínima muestra de piedad. Morbosamente, con una sonrisa comencé a jugar con el botón. Lentamente aumenté su velocidad sin quitar mis ojos de la luz. Me deleitaba con el dolor de ese ser, que como Cristo sufría para perdonar mi crueldad. Fui capaz de clavar, dar vinagre y enterrar la lanza sólo por placer. En ese momento desperté. -- Massashusetts, Junio 27 de 1996
Posdata del 15 de Julio de 1996.
Desde la fecha en que escribí lo sucedido he logrado conciliar el sueño, pero hace unas horas algo ocurrió y esta vez las letras no me salvarán. He recibido un paquete de correo y nada hay inscrito en él. Aun no he tenido el valor de abrirlo.